Comenzamos
un nuevo año litúrgico. Y de la mejor manera posible: estamos en estado de
buena esperanza, esperamos el nacimiento de un Niño, un acontecimiento que
siempre nos llena de alegría, de ilusión. Y en nuestro caso, esa alegría es aún
mayor, porque ese Niño que está a punto de nacer es nuestra esperanza, nuestra
salvación. Es el Hijo de Dios, Dios hecho hombre para compartir con nosotros
nuestra debilidad, nuestra fragilidad, nuestras emociones y dolores. Para
convivir con nuestro pecado (El no lo tiene, pero lo sufre con nosotros) y ayudarnos a afrontarlo y a superarlo. Jesús
nació de una mujer, María, la mujer que supo escuchar la Palabra de Dios,
interiorizarla y cumplirla. Si somos capaces de escuchar esa Palabra y ponerla
en práctica en nuestra vida, aún con errores e imperfecciones, Jesús también
nacerá en nosotros.
En
este primer domingo de Adviento las tres lecturas que meditamos en la Misa nos
hablan de la liberación, de la salvación última, de la venida del
Señor. Jeremías anuncia la venida del Mesías, de Aquel que traerá justicia a su
pueblo, un pueblo que durante muchos años estuvo sometido y privado de
libertad. Jeremías, el profeta de las Lamentaciones, es en este caso semilla de
esperanza en medio de la calamidad, de la guerra, del hambre. También hoy
nosotros debemos ser semilla de esperanza en medio de un mundo devastado por la
guerra, la falta de recursos, la pérdida de los derechos y de la dignidad
humana. Ya sabemos que el Señor ha venido y por nuestra Fe, también sabemos que
volverá para llevarnos con El definitivamente, un acontecimiento proclamado por
Pablo en la Segunda Lectura. En ella nos exhorta a estar preparados para esa
venida definitiva, y esta preparación no es otra que permanecer en el Amor, al
estilo de Jesús. Por último, en el Evangelio de Lucas, Jesús nos describe su
venida al final de los tiempos, asegurando nuestra Fe y nuestra esperanza en la
plenitud de la Creación. No sólo nos ha dicho que va a regresar, sino que
además nos dice de qué manera. Sólo tenemos que estar preparados. Y a esa
preparación nos ayuda el tiempo de Adviento, que nos recuerda de manera más
tangible y cercana esa venida del Señor, no la definitiva, sino la que
recordamos que ya ocurrió, que celebramos litúrgicamente cada año, y que
sabemos que tiene lugar cada día, porque cada día nace el Señor en nuestro
corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
GRACIAS POR COMENTAR