Por
desgracia casi todo es complicado, sobre todo cuando entran por medio
ideologías. El tema de los inmigrantes que vienen a España y por tanto a Europa
es sangrante.
Es cierto
que hay varios efectos llamada, pero el más importante es que viven en una
situación límite y por eso buscan otra vida mejor. Es fundamentalmente el hambre el que les
impulsa a salir de su tierra.
Es cierto
que los que vienen son los más formados y fuertes porque los débiles no pueden
permitirse lanzarse sin más a la aventura.
Es cierto
que dejar su tierra y su familia es duro, sobre todo cuando se lanzan a un
mundo desconocido.
Es cierto
que no se puede dejar venir a todos, porque sería una auténtica invasión y no
tenemos capacidad para albergar a millones de personas.
Es cierto
que no es un problema de España sino de Europa.
Es cierto
que la solución estaría en ayudarles para que puedan vivir dignamente en sus
tierras.
Pero también
es cierto que estamos en deuda con ellos. Les hemos comprado las materias
primas al precio que hemos impuesto y les hemos vendido los productos
manufacturados también al precio que hemos querido; y en los dos tipos de
transacción hemos ganado, y mucho; y ellos han perdido sin enterarse. El continente
africano es rico en materias primas, tiene petróleo y gas, tiene diamantes y
piedras preciosas, tiene grandes minas, un tercio de las reservas mundiales de
los recursos mineros provienen de África, 89% de las reservas de platino, el
81% del cromo, el 61% del magnesio, el 60% del cobalto… Tiene una de las
reservas forestales más grandes del mundo que se está devastando.
Es también cierto
que nos han venido bien los inmigrantes en la época de bonanza para hacer las
labores que no queríamos realizar los españoles.
Jesús era un emigrante. Se movía continuamente e iba de pueblo en pueblo, él era galileo y en Judea no eran bien vistos porque aquellos, entre otras cosas, estaban en contacto con los paganos y eso les hacía en cierto modo impuros.
Como
cristianos y como personas debemos plantearnos seriamente este problema de la
inmigración y tener una actitud de apertura, de comprensión y de acogida.
Esta reflexión
la hacemos después de la lectura de este artículo "En la playa del Tarajal" de Mamen Hernández, publicada
en Ecclesalia.
Juan Carlos y Matías.
El lenguaje una vez más nos atrapa.
Definimos, verbalizamos, damos forma a un fondo con un abecedario impuesto, un
abecedario obediente, manso, agradable, que se arrodilla, súbdito incondicional
de las lenguas que lo circulan y pronuncian sin el menor reparo.
Sí, el seis de febrero en la playa de
Tarajal no perdieron la vida ni uno, ni dos, ni tres, ni cinco subsaharianos,
ni siete, ni ocho, ni quince inmigrantes; han muertos personas, seres humanos,
vidas llenas de vida, miradas repletas de horizontes, manos vacías en busca de
esperanza, pies descalzos que perseguían el sueño de una tierra nueva.
Nadie elegimos dónde nacer, a derecha
o izquierda, al sur o al norte, nadie nos ganamos con esfuerzo el lugar en el
que por primera vez se abren nuestros pulmones al mundo abrigando nuestra piel
desnuda. Nadie hacemos méritos, nadie pagamos con antelación el precio de estar
al otro lado, lejos de la miseria y la inmundicia, a distancia de la guerra,
del hambre, de la extrema violencia.
Ignoro las soluciones, las medidas y
políticas de actuación que han de erradicar necesariamente este sin sentido,
pero lo que sí sé es que tenemos que asumir responsabilidades, que esto no se
resuelve construyendo muros cada vez más altos, con cuchillas cada vez más
afiladas, con la delimitación de unas fronteras, desde todo punto de
vista injustas y cuestionables.
Desde mi nada, desde lo poco que soy,
solo digo que son personas mucho antes que inmigrantes, que la tierra es tierra
y es de todos, casa y refugio.
Mamen Hernández (Ecclesalia)”
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